OCHO MIL CAPAS


 

“...Sueñas en un idioma que apenas entiendo. Es como si hubiera un gran espacio dentro de ti al cual no puedo llegar…”

Un pequeño apartamento en el East Village, lejos del Seúl idílico de la infancia de Nora Moon (Greta Lee) , cuando aún se llamaba Na Yeoung. Dos vidas en un instante, una especie de bucle temporal por resolver. La niñez, la adolescencia, la primera juventud, ...nunca regresarán pero tampoco desaparecen del todo.

“Vidas pasadas” la ópera prima de Celine Song es una maravillosa reflexión sobre la vida y el amor a lo largo de veinticuatro años en las vidas de los protagonistas. Construida a partir de una excusa argumental, el “In Yun” (o In Yeon) un proverbio coreano que habla de la predestinación o de cómo nada es casual, estamos ante un ejercicio vital que abarca las vidas de tres personajes a través simplemente, de sus sentimientos. Cualquier roce, cualquier mirada cruzada, supone una interacción atemporal a lo largo de la eternidad que se asemeja a esa gota de agua que cae irremisiblemente durante la infinitud de la vida intentando penetrar el interior de una roca. La suma de todos esos, en apariencia instantes (las famosas ocho mil capas/vidas) sin relevancia, y que conocemos como el destino; remarcan un concepto budista que va mucho más allá de una sola vida, para intentar encapsular el tiempo de una historia que a ratos se nos muestra como propia y a ratos ajena.

En ese paso del tiempo y la construcción de las identidades propias los personajes no renuncian a lo que son y lejos de olvidar su pasado evolucionan a un estado que trasciende del concepto lineal de vida para reflexionar sobre un flujo permanente de existencias, un choque de partículas entre sí, agrupándose unas o separándose otras en una suerte de multiversos paralelos que por supuesto solo se intuyen. 


Tiene ecos de la mejor Sofía Coppola de “Lost in Translation” y de la trilogía de Linklater “Antes de…” pero se aleja de ésta en la concepción temporal. Si el director tejano nos redirige en el tiempo a una relación amorosa construida en el presente y hacia el futuro, la directora de origen coreano transita en el lado contrario, desde el presente construye el pasado.


La imposibilidad de competir con los recuerdos o la nostalgia, con el paso del tiempo, con aquello en lo que no pudimos tener influencia también nos cimenta en una reflexión que nos lleva a preguntarnos si nuestra personalidad se edifica a través de lo que fuimos, de lo que somos y sobretodo de lo que seremos. Esa permanente construcción de la persona nos hace fluir en un universo cambiante que también nos define a través de recuerdos, deseos y aspiraciones. 

 “Vidas pasadas” tiene ese aire de cine pausado que siempre nos llega desde la cultura asiática pero  conjuga con gran acierto la occidentalidad de nuestro mundo. En ese choque de estilos de vida se enriquecen unos personajes a camino de todo. Hae Sung representa la Corea tradicional, Arthur como escritor judío el Nueva York más literario y Nora circula entre esa dualidad que la hace añorar la niña coreana que fue y la mujer americana en la que se convirtió.

 

Aunque pueda parecer una típica “What If…” (qué pasaría si…) se aleja del concepto gracias a su cercanía, a su verdad en la que destaca por encima de todo el subtexto. Esa especie de contradicción entre lo que los personajes dicen y lo que sienten, esos instantes en los que el sobreentendido se antoja esencial, la diferencia de otras cintas similares en dicho concepto.

 

 Visualmente impecable, de narrativa eficaz y solo en apariencia fría, destaca principalmente por su capacidad de conmover desde lo sencillo, ...un silencio de dos minutos con dos personajes mirándose, una conversación honesta y profunda en el dormitorio, una confesión entre copas,  un travelling de Nora volviendo a casa o una mirada al vacío de Hae Sung...poética, reflexiva, bonita...una de las grandes películas del año

 

Rubén Moreno

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