Christine Darbon
Cuando vi por primera vez “Besos Robados”, ya había visto más de una docena de películas de Truffaut. No esperaba encontrarme con una gran historia. Ni siquiera podía pensar que nada me conmoviera más que ver el plano final de “Los Cuatrocientos Golpes”, cuando Antoine Doinel miraba con el rostro desconcertado a la cámara. En “Besos robados” Truffaut nos contaba cómo le había ido a aquel niño transcurridos unos años. Era muy escéptico aunque he de reconocer que solo empezar la película y oir “Que reste-t-il de nos amours” de Charles Trenet resultaba de lo más esperanzador. Sin embargo, el arranque de la película me pareció un poco desconcertante y fue en ese preciso instante, sentado en mi sofá favorito a punto de cenar cuando la vi aparecer. Llevaba ese típico abrigo corto años sesenta de color gris, sus piernas al aire bajo la típica minifalda que unos atribuyen a Mary Quant y otros al modisto francés André Courréges. En cualquier caso era como una nueva Catherine Deneuve, menos eté